Treinta fichas

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Poco importa si lo que quería era baladí o vital. El caso es que lo quería ya. Calculando, faltarían unas treinta fichas. Así que se subió un poco la falda –ya de por sí corta, se sentó junto al hombre y pidió un trago. Parecía solvente; también fuera de lugar, con ese traje, cuando allí sólo iban hombres en manga de camisa. Además, mientras el cliente habitual acababa dormido sobre la mesa, éste era comedido. Tal vez por eso no pudo engañarlo y deshacerse de los tragos, como solía. Tuvo que tomárselos.
En cierto momento sintió hambre. Salió al frente. Pidió un perro caliente. Hizo un comentario que nadie comprendió. Al hablar soltó el bocado que estaba masticando. Le pidió al vendedor que pusiera más queso rallado. El vendedor le dijo en tono de chanza que estaba muy tomada. Ella dijo: No bebo para prenderme, sino para volverme mierda. Luego se fue con el hombre.
Despertó en el borde del canal, junto a la avenida. Le dolían la cabeza y la espalda. Tenía rota la boca. No veía por el ojo izquierdo. No encontró las fichas.

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