Discernía continuamente los avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Tarde en la madrugada, tendida de espaldas al hombre en el catre que compartían, mirando el muro, le dijo ya sin rencor: te lo he dicho setecientas cincuenta y cuatro veces, pero nada; tú nunca vas a cambiar.
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