Picture of the moon

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La historia es muy conocida. Dos reyes juegan al ajedrez mientras sus ejércitos combaten allá lejos en la explanada. Cada tanto llegan emisarios con partes de la batalla. De pronto se comprende que las incidencias en el campo siguen a las del tablero. Cae la tarde. Uno de los jugadores, acosado por el enemigo, derriba su rey – se da por vencido. En ese momento llega un jinete malherido y le anuncia: “tu ejército huye; perdiste el reino”.
Magnífica, aunque bien vista poco difiere del habitual cuento de aparecidos, con sus juegos de simetría – si el fragor distante de la batalla resuena en la recámara donde juegan, ¿por qué no ha de resonar el juego a su vez en el campo? El decorado que sitúa al lector de lleno en un mundo otro, de torres remotas y tableros de marfil y travertino, cumple el mismo rol que la alta noche en Florentino y El Diablo. La irrupción dramática del jinete que llega justo ahora anuncia la venida de lo otro, como lo hace el silbido de El Silbón. Narrar poco tiene que ver con la verdad o con el bien y mucho con el placer de pasear un rato por dominios ajenos, como cuando damos una vuelta a media noche por ahí, dejando que el carro ruede solo, a donde la calle lo lleve. Es un hedonismo, que más placer depara cuanto más convincente sea su engaño. Así funciona el cuento de los reyes: la mecánica de sus ardides – sincronía, simetría, exotismo- no son su ornamento, sino su andamiaje y su respiración. Despojado el cuento de su fasto y sus artimañas ¿tanto encantaría?
Esta pregunta me ronda hace días, desde que me propuse poner en el papel un episodio que me ocurrió hace tiempo, que me asombró y ni sé si asombre a quien lo lea, porque es un evento de lo más anodino que podría pasarle a cualquiera, pero que todavía me perturba porque aunque carece del condimento de lo exótico, la inusual coincidencia sobre la que se construye su historia fue para mi como una rendija que por un instante me dejó vislumbrar lo otro. Lo expongo a continuación y le doy por título “Picture of the moon”, no porque con un raro nombre me sea más fácil engatusar al lector, sino porque así se llama una canción que se me quedó pegada, como a cualquiera se le queda pegada una canción por días y días y el episodio que quiero contar es justamente lo que pasó entonces.
Picture of the moon
Ante todo debo declarar que yo no hablo inglés. Cuando opté a un postgrado me exigieron leer un texto de M. A. K. Halliday y responder algunas preguntas en español acerca del mismo, lo que hice satisfactoriamente; es lo que llaman un uso instrumental de la lengua extranjera. Pero hablar inglés en el sentido de lidiar con alguien en ese idioma o – lo que más quisiera- entender las canciones que me gustan no más oyéndolas, eso no puedo hacerlo. Me resulta molesto porque debo estar buscando la letra y apelar al diccionario, con todo lo que eso implica. Yo sé muy bien que una cosa es leer una letra y hasta traducirla y otra muy distinta es entender su sentido como lo entiende un hablante nativo. En esto hay casos de casos. Hello Goodbye, de The Beatles es muy fácil de entender, pero imposible de traducir, con su juego de aliteraciones que es como de palabras en caleidoscopio. En cambio una canción de Pearl Jam, Yellow Ledbetter, es indescifrable desde el título, no sé si por su dialecto o por su poética de delirio obsesivo que vuelve y vuelve sobre un asunto baladí: un paquete amarillo del que no se sabe si es un sobre o una caja.
Pues ocurrió que una tarde afortunada conseguí en internet y logré descargar una antología de los 100 mejores solos de guitarra (de rock, pero yo le habría sumado con gusto más de un valse venezolano). La colección es una maravilla: Comfortably Numb, Highway Star, que siempre oí en la versión del concierto en Japón y no sé si exista una de estudio, Paranoid Android de Radiohead –sobrecogedora, varias de Clapton y de Led Zeppelin (eché en falta Babe I’m Gonna Leave You, aunque a decir verdad su fuerte no es la guitarra, sino la voz). Están también Yellow Ledbetter, que ya nombré y Won’t get fooled again de The Who, que con franqueza no entiendo cómo la pueden considerar una canción conservadora si es la pura revuelta en el sentido que le daba Camus y hasta extrañamente una de Bon Jovi - que me parece un rolo de mediocre. La lista incluye además Blue Sky de Allman Brothers Band, que es todo lo dulce que puede ser una canción, dos o tres de B.B. King, You shook me all night long, de ACDC, que me recuerda a mi amigo y colega Pablo Ruiz porque la alternábamos con Héctor Lavoe a todo volumen cuando hacíamos maquetas en el tercer semestre de arquitectura, a media noche, y Sultans of Swing, de Dire Straits, que tenía el cupo seguro y yo hubiera puesto de primera, incluso por delante de Lucille y de Stairways to heaven.
Muchas de las piezas eran nuevas para mí, como Texas Flood, de Stevie Ray Vaughan, Floods, de Pantera, y Reeling in the years, de Steely Dan, todas de muy distinta apuesta estética, pero compuestas e interpretadas con virtuosismo y sobre todo animadas por el duende del que habla García Lorca. Entre esas se cuenta un blues que me encantó desde la primera oída y que comencé a escuchar de forma obsesiva. Se trata por supuesto de Picture of the Moon, de Gary Moore, pues como habrá imaginado el lector, todo este cuento de los 100 solos de guitarra, sólo podía estar aquí para anunciar el centro de todo el episodio: la puerta a lo otro, y aquí no hablo como el narrador que emplea los conocidos dispositivos del suspenso, sino como el lector atento que trata de entender esos dispositivos sin escamotearlos. El caso es que la canción se me pegó. La tarareaba todo el tiempo sin imaginar lo que decía la letra – aparte claro está de la frase Picture of the moon que cierra el estribillo.
Por esos días conocí a una mujer. Tenía como 24 años, rostro insignificante y conversación promedio. Su verdadero atractivo era que estaba ahí pendiente – y yo siempre he sido fácil. Por su charla supe que había tenido algún inconveniente con su novio o marido y el caso es que salí con ella y no sé qué pasó ni cómo pero ahí mismo nos acostamos y estuvo bien, aunque raro o tal vez por lo raro es que estuvo bien. Yo no sé si sentí que ella me usó o qué le había pasado por la cabeza; no sé ni siquiera si en realidad le pasó algo por la cabeza. Pero ya a la mañana siguiente con todo lo bueno o raro que había sido me despedí con la idea de que eso acabaría ahí, y no por desagrado sino porque cada episodio tiene su propia forma de ser y yo opté por aceptar que éste había sido así y ya.
Pero pasé el día como en un estado de ensoñación. Andaba como incómodo o no sé cuál es la palabra. Yo no estaba en mis cabales - lo que queda demostrado porque a la mañana siguiente desperté acostado junto a ella y ni recuerdo cómo fue que nos volvimos a encontrar ni qué hicimos todo ese tiempo. El único recuerdo que tengo es que ese día en casa puse la canción incontables veces y luego en la calle iba tarareándola o silbándola sin parar.
Así pasó una semana. Me la llevé para mi casa una vez. Otra noche fuimos a comer comida china con picante y se nos apareció una amiga de ella, enclenque como una vietnamita y que al final terminó durmiendo con nosotros en un hotel, no sé si en la misma cama.
Una noche habló conmigo. Me dijo lo que se dice en esos casos: todo fue muy bonito, eres especial, inteligente, guapo. Naturalmente yo le creí, pues sabía que era mejor que todo quedara así de bien. A fin de cuentas ella lo que había encontrado en mí era alguien con quien acostarse y conversar de cualquier cosa para no desgastarse pensando en el novio o marido y en la desavenencia que arrastraban.
Así que me levanto medio trasnochado esta vez sabiendo que ahora sí se había acabado. Tomo el primer metro, llego a casa, duermo un rato tirado en cama con la ropa puesta y al despertar, como a las once, ya estoy otra vez con la canción pegada, con esa tonada triste y melancólica que me perseguía por dentro, como una promesa incumplida. Yo no llegaba a estar así, o sí lo estaba, pero no sabría decir si estaba triste por la ruptura o por la canción. Y aquí sí llega lo extraño, lo que no me deja relegar al olvido a una mujer que nunca quise ni me gustó de verdad, y lo que por fin me sacó de la cabeza la canción al punto que ya no la oí de nuevo. Y digo que aquí es donde se abre la rendija de lo extraño, porque esa mañana al levantarme, todavía tarareando Picture of the moon, monté agua a hervir para un café, revolví en la nevera a ver qué comía, encendí la computadora, abrí la internet y busqué la letra. Y fue el estupor. Era mi propio jinete malherido que venía a mi presencia anunciando lo otro como cuando se falla un juicio. Era el estupor de entender un coro que me había perseguido todos esos días, esperando, anhelando ser traducido y entendido. Era un coro que decía:

If only I had known
That it would end so soon.
I was left with a picture of the moon.

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