Zapatos de marca, políticas de marca

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Tengo a mano el libro “100 ideas que cambiaron el mundo”, (El Nacional, 2006). Pura jalea de mango. Pocas veces me he reído tanto como con esta apología a la obscenidad y desfachatez del capitalismo. Por su formato breve y práctico, este libro es el manual definitivo para el maleante encumbrado de cuello blanco. Allí el lector puede aprender cómo crear una moderna plantación esclavista (maquila), robar información al público para venderla a empresas de mercadeo (estudios de cesta de mercado) o sacar a la calle productos defectuosos e irreparables para venderlos una y otra vez a los incautos (depreciación programada). Entre estas cien joyas, mi preferida, casi tan irritante como un segmento de TV con Albani Losada, es la explicación del branding, palabra que por fortuna no tiene traducción española. Concisamente, es la técnica que convierte la imbecilidad humana en millones de una cuenta corriente. El branding crea y enaltece un símbolo fatuo –la marca- y le asocia sentidos de belleza, bien o verdad. Gracias al branding una tarjeta de crédito es respeto, una marca de jamón resume identidad y un dibujito al costado de un zapato significa que el zapato sirve.

La forma de branding más ramplona que conozco –me mata de la risa- se oye en el carrito por puesto. Un locutor sentencia: “Conection Diyei. Aniquilando el panorama… MU-SI-CAL”, o cualquier otra banalidad y yo me pregunto en mi desdicha si esa retórica puede convencer a alguien. Supongo que sí; total, también hay quien se deslumbra con Daddy Yankee en la Guerra de los Sexos.

Una marca, cuanto más vacía, mejor. Es el mono de la baraja: vale por no significar nada. Gracias a su nulidad, se adapta mejor a la variedad y al cambio. Por eso puede vender lo que sea. Nadie creería que Paris Hilton sea capaz de crear un perfume y, ya lo ves, ahí está en el aparador con su nombre, bien bonito para que caigas, lector. Poco tienen en común las tecnologías para fabricar caretas de catcher, pelotas de fútbol y franelas de poliéster, pero el mismo dibujito pendejo sirve por igual y las ampara a todas ellas. Es la marca la que vende el producto y no al revés: no nos detenemos a ver si la careta está bien hecha; no examinamos la franela, sus costuras, su tela; no comprobamos el rebote del balón. Pues sea cual sea el producto, el dibujito es su garante y su verdad. Argumentum ad hominem: el producto vale por quien lo firma, no por lo que es.

Padecemos una enfermedad del lenguaje. Cuando el paro del 2002 yo trabajaba en una oficina en Concresa. Me obligaban a escuchar por el hilo musical a Marta Colomina con Penzini Fleury. A veces se sumaba Patricia Poleo. Fueron días infames. Una tarde la prófuga informa que Urdaneta Hernández, entonces director de la Disip, estaba construyendo una quinta de cinco millones de dólares en La Lagunita y que Aristóbulo Istúriz poseía un yate “tan grande que no cabe en el puerto de La Guaira”. Ésta se metió por lo menos tres líneas, diagnostiqué. Pero cuál no sería mi desconcierto y desolación cuando meses más tarde Urdaneta salta la talanquera y el diario Vea publica el cuento de la mansión. ¿Será que Aristóbulo tiene el yate?, me pregunté al momento.

Un zapato es bueno porque es de marca. Un dato es cierto si lo dice Poleo, o Vea, según sea el usuario. Zapatos de marca, verdades de marca. Por no hablar de políticas de marca. Mi primo Héctor Gouverneur tiene tiempo planteando que podría instalarse un sistema de trolebuses en Caracas. Ha recopilado innumerables fotos de los que sirven en las ciudades de Europa. Argumenta que la infraestructura necesaria cuesta una fracción de la del metro, para empezar porque no requiere túneles, que tiene un bajo consumo eléctrico, que no necesita estaciones, sino meras paradas, que su trazado se puede ensanchar para incorporar ciclovías y muchas otras razones. Me parece un planteamiento inteligente y factible. Por eso quedé atónito cuando hace poco, un conocido me dijo “eso no sirve aquí porque es parte estructural del sistema capitalista; no hay que importar soluciones” y remató, con sapiencia, “inventamos o erramos”.

Las marcas medran porque es muy cómodo entender el mundo a través del argumentum ad hominem. Es una enfermedad del lenguaje que nos llena de equívocos y, no debería sorprender, beneficia a unos pocos. Por eso, cuando en el centro comercial veo un anuncio de Nike me asalta una sensación de fraude e indignación tan poderosa que desde hace mucho sueño con pegarle candela a todas esas tiendas. No es asunto de entrar en los detalles de mi plan: el censo de tiendas deportivas, el cálculo del TNT, la red de walki-talkies que por un lado reciben la orden y por el otro la rebotan al siguiente más cercano y luego detonan la carga en cada tienda. Llegué a estimar que con este método suprimiría todas las tiendas de Nike de Caracas en un lapso de diez minutos.

Deslumbrado por la magnificencia de mi plan, me dejaba tentar a veces por ansias de grandeza y pensaba a menudo en un ataque a escala global, espectacular. Con labia y discreción recluté un ejército, pequeño pero convencido; unos cuantos hombres valerosos, dignos ejemplos de entrega a un fin superior. Pero nos faltan recursos y logística y con el tiempo aparecen nuevas y nuevas marcas y la solución se aleja. Habría que dar un golpe irreversible contra todas las marcas de todo; un solo atentado con C4 contra todos los centros comerciales del planeta, lo que no es mala idea, salvo por el problema de qué hacer con los desempleados que quedarían y que medio resuelven con las miserias de sueldo que levantan allí.

Por eso ahora, con modestia, y a riesgo de ser expulsado de las filas de mi propio ejército, propongo lisamente una política en dos fases. Primera, liberar de tasas la producción de esa clase de artículos que se afincan en el branding (deportivos, ropa, etc.), pero a condición de que ninguno de sus productos muestre exteriormente logotipos ni nombres de marcas. Que vengan si quieren con sus divisas a montar su infraestructura y tecnología, que aquí obtendrán beneficios. Que se instale un tejido industrial local, que mejoremos nuestra balanza comercial y dejemos atrás nuestra dependencia de las importaciones, pero sobre todo que la gente empiece a evaluar los productos que compra por su calidad intrínseca y no porque una cara bonita lo anuncia en televisión. Liquidar el argumentum ad hominem de las marcas inclinaría a la población a examinar las cosas por su valor propio, a cuestionar las patrañas que inventan los medios, a tomar el poder en sus manos, bajo las premisas de su propio criterio, a formular proyectos sobre la base de su entendimiento del mundo real y no sobre los argumentos de autoridad con que los farsantes disfrazados del color de turno intentan imponerles sus propias agendas. Liquidar las marcas es un paso crucial en la construcción del poder popular.

Segunda fase –aquí entre nos- cuando los trabajadores de esas plantas tengan un pleno dominio de los procesos productivos (eso que en el panfleto de las cien ideas describen como el know how), cuando los administradores de la empresa hayan hecho una buena contabilidad de costos, cuando los ingenieros entiendan a fondo el funcionamiento de su maquinaria, entonces promovemos la toma de esas plantas, y que sean del colectivo.

La vejez me gana. Echo de menos a mi abuela y a mi padre. A ellos debo mi sentido de la estética y la razón, y no dudo de que se hubieran enorgullecido de mis planes primeros, tan excelentes y magníficos. Pero la vejez me gana y a medida que pasa el tiempo le pierdo el gusto a lo espectacular y me enamoro de lo razonable. Como con las mujeres. Hace rato que pasé la edad de la muerte de Aquiles, y me acerco rápido a la de John Lennon. Los afanes de gloria y escándalo remiten, pero sea proponiendo proyectos, incendiando tiendas o escondiéndome en la ficción, no renuncio a dar muerte a las marcas.

P.S. Aristóbulo: de pana no creo que tengas el yate.

Bajo conteo seminal

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Acabo de conocer el nuevo funicular que sirve a los cerros de San Agustín. Bonito, organizado, compacto. Enaltece a quienes lo usan, esos que antes esperaban media o una hora de pie en la cola del jeep y después se echaban sus buenos siete pisos de escalera, peaje incluido. Como una diosa que una vez conocí. Obvio intimidades, pero el cuento estaría incompleto si no recuerdo que, tendido junto a ella, descubrí una fea cicatriz que tiene a un costado, junto a la ingle. La acaricio. La diosa, que todas se las sabe, se adelanta y explica "Unos chamos entraron armados a una fiesta por mi casa. Estábamos en la terraza. Todos nos fuimos para atrás y el murito cedió. Nos despeñamos como seis, hasta el techo de abajo. Un pedazo de bloque me cayó ahí." Y no hizo falta hablar de sus manos y de esas piernas que parecían delfines, pues yo ya lo sabía, esa fibra no se había depurado a punta de spinning con changa a todo volumen, sino subiendo a casa todas las tardes el tobo de agua -mil kilos el metro cúbico, para el que no lo sepa.

Tenía tiempo con ganas de conocer este teleférico, así que anoche, entrando a la estación de Parque Central, en lugar de bajar al andén para ir a casa, pregunté por la taquilla del Metrocable. Me dijeron que no había tal, que es gratis. Y dije para dentro de mi "pero esta gente al fin está entendiendo el asunto", lástima que cuando pedí la aclaración "¿gratis, gratis?" el funcionario respondió "mientras ponen los torniquetes", lo cual demuestra el bajo conteo seminal que esconden ciertas decisiones. Ahí me dije, no vale, esto hay que ponerlo en negro, porque cómo puede ser que todavía nadie se haya dado cuenta de que el metro y, si me apuran, todo el transporte público, debe y puede ser gratis. Y no para congraciarse con el electorado, sino porque así sería mejor y más eficiente.

Digamos, sólo el metro. Según un comunicado de CAMETRO (http://www.aporrea.org/actualidad/n128121.html), los trenes transportan 1.200.000 pasajeros al día, tanto como 1.080.000 bolívares, calculados a razón de dos pasajes por persona. Esos ingresos pueden provenir de la venta de boletos, como se hace ahora, pero ese método tiene muchos inconvenientes y costos: la basura que supone casi dos millones y medio de tickets, salarios para el personal que vende, mantenimiento de las máquinas expendedoras y de los torniquetes, actualización tecnológica y, sobre todo, pérdida de tiempo de la gente haciendo cola. Pero hay otras formas de reunir esa plata; por ejemplo, un impuesto a la venta de bebidas alcohólicas o un impuesto a las transacciones bancariasm, ambas técnicamente factibles. Para empezar porque a fin de cuentas los ingresos del metro pertenecen a su propietario último, que es el Estado, así que poco importa si su manutención se sustenta en el pago directo de los usuarios, o de una asignación emitida por las arcas de Finanzas. Además, porque cualquiera de estas tasas se recabaría de manera informatizada, con tan sólo una sencilla programación de las cajas registradoras de todo expendio, lo que se ha hecho ya varias veces, como cuando se ha cambiado el IVA. Finalmente, por razones políticas. Los venezolanos consumimos ingentes cantidades de alcohol, pero no todos tomamos del mismo. Hay mucha gente que toma anís o caña clara, lo más barato que hay. Pero también somos el mayor consumidor de whisky per capita del mundo; y no sólo de cualquier whisky, sino del más costoso, ése que con su jerga repelente los mercaderes llaman super premium. Un litro de whisky debe valer como 20 veces más que uno de Carta Roja, así que sea cual sea el porcentaje de impuesto que se estime, los consumidores de whisky aportarán a las arcas del metro 20 veces más que el de Carta Roja. Razones parecidas se pueden aplicar a un impuesto a las transacciones bancarias.

Esto es lo que llaman un subsidio directo, me parece, y se inspira en el principio de que quien más tiene, que aporte más. La realidad exige acciones a la medida de los problemas, y que conste, ni siquiera he tocado las ventajas políticas que se sacarían de una decisión como ésta: considera, lector, el saldo de mostrar al mundo que en Venezuela el transporte es gratis. Cuando menos Michael Moore gozaría un puyero grabando un documental al respecto.

Me resulta tan eficaz y radical esta solución que me he visto obligado a pensar que la única razón por la que no se ha implantado es porque nuestros ministros, gerentes y planificadores, no se atreven o no la ven. Y yo en el centro de mí, despierto y me digo a mi mismo que si no se tiene el poder para hacer algo tan sencillo, qué puede decirse de ambiciones sustanciales como mudar la capital a Calabozo o impulsar zonas especiales de desarrollo. Pareciera así que nuestra gestión pública tiene los mejores deseos, pero, visto el bajo conteo seminal de su acción real, sólo cabe decir, como dicen en el Guárico, deseo no empreña.

No acudas a linimento

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No acudas a linimento,
alcanfor, miel o saliva,
que atenúen el momento
de más ardor. No se esquiva
con ardid, ni se deriva
esa quema: se convierte
en su contrario. Divierte
el placer así obtenido
por el sendero invertido:
más vida cuanto más muerte

S. Sarduy

Un amor más allá del amor

19:54 0 Comments



Un amor más allá del amor,
por encima del rito del vínculo,
más allá del juego siniestro
de la soledad y de la compañía.
Un amor que no necesite regreso,
pero tampoco partida.
Un amor no sometido
a los fogonazos de ir y de volver,
de estar despiertos o dormidos,
de llamar o callar.
Un amor para estar juntos
o para no estarlo
pero también para todas las posiciones
intermedias.
Un amor como abrir los ojos.
Y quizá también como cerrarlos.

R. Juarroz

La cabeza del perro

20:50 0 Comments


Estoy arrellanado en el sillón junto a la chimenea en que crepita el fuego. Tengo la copa de coñac en la mano derecha. Con la mano izquierda, caída descuidadamente, acaricio la cabeza de mi perro... hasta que descubro que no tengo perro.

A. Conan Doyle

Cuento de Horror

20:43 0 Comments


La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.

J. J. Arreola

La letra con sangre entra

4:24 0 Comments



A Arturo Carrera

La letra con sangre entra
como el amor. Mas no dura
en el cuerpo la escritura,
ni con esa herida encuentra
paz el amante. Se adentra
en el cuerpo deseoso
y más aumenta su gozo
con su mal. Alegoría
de nuestra postrimería:
jeroglífico morboso.

S. Sarduy - Un testigo fugaz y disfrazado

Carta del suicida

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Juro que esta mujer me ha partido los sesos,
porque ella sale y entra como una bala loca,
y abre mis parietales y nunca cicatriza,
así sople el verano o el invierno,
así viva feliz sentado sobre el triunfo
y el estomago lleno, como un cóndor saciado,
así padezca el látigo del hambre,
así me acueste
o me levante, y me hunda de cabeza en el día
como una piedra bajo la corriente cambiante
así toque mi cítara para engañarme, así
se abra una puerta y entren diez mujeres desnudas,
marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
unas sobre otras hasta consumirse.
juro que ella perdura porque ella sale y entra
como una bala loca,
me sigue a donde voy y me sirve de hada
me besa con lujuria
tratando de escaparse de la muerte,
y, cuando caigo al sueño, se hospeda en mi columna
vertebral, y me grita pidiéndome socorro,
me arrebata a los cielos, como un cóndor sin madre
empollado en la muerte.

G. Rojas
1940

El silencio que queda entre dos palabras

4:20 0 Comments



El silencio que queda entre dos palabras
no es el mismo silencio que envuelve una cabeza cuando cae,
ni tampoco el que estampa la presencia del árbol
cuando se apaga el incendio vespertino del viento.

Así como cada voz tiene un timbre y una altura,
cada silencio tiene un registro y una profundidad.
El silencio de un hombre es distinto del silencio de otro
y no es lo mismo callar un nombre que callar otro nombre.

Existe un alfabeto del silencio,
pero no nos han enseñado a deletrearlo.
Sin embargo, la lectura del silencio es la única durable,
tal vez más que el lector.

R. Juarroz

El centro del amor

4:17 0 Comments


El centro del amor
no siempre coincide
con el centro de la vida.
Ambos centros se buscan entonces
como dos animales atribulados.
Pero casi nunca se encuentran,
porque la clave de la coincidencia es otra:
nacer juntos.
Nacer juntos,
como debieran nacer y morir
todos los amantes.

R. Juarroz

Colored Pencil Society of America

20:22 0 Comments

Si, como se ha dicho, una gran película es tres escenas magníficas y ninguna mala; qué puede decirse entonces de novelas como las Memorias de Adriano - esas cuatro cartas que Yourcenar remite a un Marco Aurelio todavía inocente de haber sido elegido para el imperio, inolvidables párrafo tras párrafo y a veces línea tras línea. Escribir un cuento malo es difícil; mucho. Por eso, al leer las Memorias, y también Lolita y el Coronel no tiene quién le escriba, he sentido que esos textos en una palabra, no pueden existir.
Tenía tiempo con ganas de poner esa simple idea en un par de líneas, al menos para dejarla por ahí y ya no ocuparme de ella, y encontré ahora la ocasión, al ver la página web que mi amiga Briceida Morales me acaba de recomendar: http://www.cpsa.org/
Se trata de la Sociedad Estadounidense del Creyón, que organiza, al parecer año tras año, un concurso de dibujo, de cuyos mejores trabajos expone una breve pero espléndida seelección. Si la visitan podrán ver algunos dibujos estupendos. Me asombraron en especial el colorido y la vitalidad de una tapara ornamentada y el realismo de un frasco de cristal donde reposa un tomate manzado. No logro imaginar cómo hizo el artista para lograr el tono y el brillo del cristal. Por no hablar del brillo de esmalte de esos mangos o lo que sean - poco importa, o del delicado juego de sombras del mantel color crema que hace como flotar los pétalos de encaje. Descargué algunos de los trabajos expuestos, los que más me gustaron, sin pararle a asuntos de copyright, etcétera, y los muestro aquí mismo. Imperdible.





A quien vela todo se revela - G. rojas

21:41 1 Comments



Bello es dormir al lado de una mujer hermosa,
después de haberla conocido
hasta la saciedad. Bello es correr desnudo
tras ella, por el césped
de los sueños eróticos.

Pero es mejor velar, no sucumbir
a la hipnosis, gustar la lucha de las fieras
detrás de la maleza, con la oreja pegada
a la espalda olorosa,
la mano como víbora en los pechos
de la durmiente, oírla
respirar, olvidada de su cuerpo desnudo.

Después, llamar a su alma
y arrancarla un segundo de su rostro,
y tener la visión de lo que ha sido
mucho antes de dormir junto a mi sangre,
cuando erraba en el éter
como un día de lluvia.

Y, aún más, decirle: "Ven,
sal de tu cuerpo. Vámonos de fuga.
Te llevaré en mis hombros, si me dices
que, después de gozarte y conocerte,
todavía eres tú, o eres la nada".

Bello es oír su voz: --"Soy una parte
de ti, pero no soy
sino la emanación de tu locura,
las estrella del placer, nada más que el fulgor
de tu cuerpo en el mundo".

Todo es cosa de hundirse,
de caerhasta el fondo, como un árbol
parado en sus raíces, que cae, y nunca cesa
de caerhacia el fondo.

de Juarroz

21:25 1 Comments


No nos mata un momento,
sino la falta de un momento.
No nos mata una sombra,
sino la ausencia aleatoria de una sombra,
perdida probablemente en un declive
de esta insensata eternidad despareja.
No nos mata la falta de la vida,
sino el azar de un claroscuro
que se proyecta sobre una pantalla invisible.
No nos mata morir:
nos mata haber nacido.

Unas líneas

21:21 0 Comments

Una tarde, muertos ya
de temblar en el otro
dormirá tu pecho un sueño de fruta
caerás de un cielo perdido en la cama
tu aliento detenido en la boca entreabierta
tus muslos abrazando mis muslos todavía
---como en el último instante.


I. Collazos

Amarillo

20:48 0 Comments


El viento ruge sobre los campos amarillos. Braman los bisontes, galopan los caballos y los albatros en su vuelo resplandecen cual banderas.
Escucho voces jóvenes que conversan en otro idioma. Risas plateadas que saborean melocotones, guanábanas, albaricoques, higos rellenos de miel y ciruelas, panecillos glaseados, mozambiques en conserva.
Son jóvenes, tan jóvenes y sonrosados y flexibles que parecen el velamen de un bergantín. Viven en esa casa, esbelta y roja, hecha de tablas de cedro, con verticales ventanas en marcos que ellos pintaron con el verde de sus sosiegos.
Ellos toman vino blanco. En su mantel hay quesos y almendras y codornices en salsa de hierbas y naranja. Ellos han hecho silencio para escucharme y sin dejar de sonreír se miran y hablan unas frases en su idioma.
El sol resplandece. La brisa es un bisonte gris que escapa. Los jóvenes me observan. Uno se pone en pie y la piedra en su mano significa sale mendigo.

Demonio

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Como se dice: ¡Demonio!, en la creencia, tal vez fundada, de que es posible expulsarlo del centro del pecho con el aire viciado de la voz, mientras se hace trizas al juntar y separar la lengua del espacio en que coinciden los dientes con el borde inferior del paladar, y luego los labios entre sí y finalmente uniendo la lengua suavemente al techo de la boca, o a sus lados, según sea el acento o entonación especial que quiera darse a la palabra. A veces la articulación se acompaña de cierto temblor, de cierto timbre metálico, cansino, apagado; o indignado, de acuerdo con el temperamento del demonio a desterrar. A veces este ser, a quien la imaginación supone dedos temblorosos, y escasa carne nudosa y tendones, incrusta sus uñas en los pulmones, se aferra al corazón, al estómago, y entonces hace falta alargar el sonido de las vocales o elevar el tono hasta sentir como en su salida desgarra la garganta y deja en el interior un cierto aturdimiento, una leve náusea.
Pero no siempre tiene el hombre que habérselas con estos seres de estampa gótica. A veces el demonio de que hablamos es tierno y digno de lástima, como esos pintores mudos sin brazos ni pies, que sostienen su pincel con los labios para escribir mensajes urgentes, y junto a quienes los transeúntes se detienen y pasan la vista por encima del lienzo y aprueban la pintura sin apenas entrever algún sentido en ella. Luego los lisiados, sentados en sus sillas de plástico, al acabar la tarde gesticulan frenéticos porque anochece. Nadie ya los ve ni se detiene y se desgarran también la garganta, pero de ella sólo salen sonidos guturales, que al pasante pudieran recordar un orgasmo de caracoles o de topos.
Por lo general se trata de demonios solitarios; pero a veces ocurre que poseen una corte de diablillos amaestrados, amarrados con cadenitas de plata – dos o tres a lo sumo – que suelen tener un temperamento jovial, se hacen guiños, rodean a su amo, entrelazan sus cadenas y se tocan entre sí mientras hablan en chillidos, mostrando los dientes. O puede que el demonio se extravíe entre noches de fiesta y de luto. Se suceden sus delirios de forma tal que podría tratarse más bien de dos demonios gemelos que bailan ebrios hasta el desmayo. Tal arrebato, que suele llamarse despecho, hace del hombre un astro errante, lo hunde en sí mismo, arde en él una piel de lava, le aplasta el corazón, y así en su seno forma un inmenso hueco donde toda forma de vida se diluye, se asfixia.
La salida del demonio en estos casos depende de un acto elemental: la simple fusión con ella, un corte preciso que le ampute al ser los maridos y las mujeres, los ornamentos vacíos, los apéndices, y luego cauterizar la herida o acaso dejar que se infecte y descostrarla cada vez que seque, cubriéndola con sábila.

cuatro de bastos

20:42 0 Comments


Le respondí: todo acaba siendo un juego de palabras. Todo. La construcción misma del local, los cuatro hombres que bebían, la mesonera, la barrica con su olor mate, rústico como el patio de esta casa donde aprendí el gusto por los dulces y el picante, casa redonda y luminosa, metáfora del mundo, mapa de mí, barro seco erosionándose regresando a mi vida al cabo de los siglos, traído por el viento.
Sentado junto al patio vislumbré en mi infancia mi oficio de cantinero. Con el tiempo, fui acondicionando el local: una lámpara que compré a un artesano del desierto, las mesas de roble y puy-puy, los vasos con grabados de signos zodiacales, la bodega.
Los hombres vienen, cuentan sus historias, llaman a la mesonera, dejan la propina, pasan a la trastienda, y la vida se lleva así, sin problemas.
El hombre había entrado, se había acodado en la barra. Me preguntó por una casa con un árbol de cuatro ramas. Insistí: todo acaba siendo un juego de palabras. Me dijo que él no se dejaba quitar las mujeres así nada más. No sabía –y yo nunca le habría dicho- que desde hacía muchos años ella trabajaba en el bar; que no existía ningún árbol de cuatro ramas, y que cuatro eran los hombres rudos –los cuatro bastos- que al levantarse de la mesa irían a darle muerte.

Teoría y Práctica

20:37 0 Comments



Teoría
Tome un cuadrado ABCD de lado l. Trace una diagonal BD, es decir, un segmento que una los puntos B y D sin pasar por C. Haciendo centro en B y con radio BD, trace un arco con el cual dicha diagonal se proyectará sobre la recta BC, definiendo un punto E que llamaremos punto de confusión. La longitud BE equivale a la raíz de 2l2, según se desprende del teorema de Pitágoras.
Por el punto de confusión, trace una perpendicular a BE, definiendo un rectángulo menor que, sumado al cuadrado original determina un rectángulo mayor de medidas l por BE. Este rectángulo, y sólo éste, podrá duplicarse por simetría en su lado mayor generando un rectángulo de las mismas proporciones que el original y otra vez y otra, hasta el infinito. Llámase esta figura el rectángulo irracional ya que siendo el doble es, paradójicamente, semejante a sí mismo.


Práctica

Tome una vida cuadrada de lado l, definida por los segmentos: AB, de la casa al metro, BC, del metro a la oficina, CD, de allí al bar y DA, de nuevo a casa. Trace una diagonal BD, un recorrido directo del metro al bar sin pasar por la oficina. Haciendo centro en B, proyecte el punto D en BC o, lo que es lo mismo, haga de la oficina un bar y viceversa creando un punto E o punto de confusión. Con longitud l, y de forma perpendicular al recorrido del metro a la oficina, trace por E un nuevo segmento, un sentido adicional a la vida, perpendicular a la confusión, que definirá un nuevo territorio de medidas l por raíz de AB2-l, lo que viene a significar que la confusión es la raíz de ir y venir de la casa al metro y del metro al trabajo. Resulta así un rectángulo, que por su lado mayor puede duplicarse hasta crear una vida doble, de las mismas proporciones del rectángulo inicial pero con el doble de superficie o de superficialidad (¿hablo, acaso, de bigamia?). Esta nueva vida contiene un cuadrado y un apéndice irracional que podrán asimismo duplicarse, duplicarse y duplicarse hasta el infinito, lo que en términos prácticos significa la muerte o el fastidio.