Bajo conteo seminal

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Acabo de conocer el nuevo funicular que sirve a los cerros de San Agustín. Bonito, organizado, compacto. Enaltece a quienes lo usan, esos que antes esperaban media o una hora de pie en la cola del jeep y después se echaban sus buenos siete pisos de escalera, peaje incluido. Como una diosa que una vez conocí. Obvio intimidades, pero el cuento estaría incompleto si no recuerdo que, tendido junto a ella, descubrí una fea cicatriz que tiene a un costado, junto a la ingle. La acaricio. La diosa, que todas se las sabe, se adelanta y explica "Unos chamos entraron armados a una fiesta por mi casa. Estábamos en la terraza. Todos nos fuimos para atrás y el murito cedió. Nos despeñamos como seis, hasta el techo de abajo. Un pedazo de bloque me cayó ahí." Y no hizo falta hablar de sus manos y de esas piernas que parecían delfines, pues yo ya lo sabía, esa fibra no se había depurado a punta de spinning con changa a todo volumen, sino subiendo a casa todas las tardes el tobo de agua -mil kilos el metro cúbico, para el que no lo sepa.

Tenía tiempo con ganas de conocer este teleférico, así que anoche, entrando a la estación de Parque Central, en lugar de bajar al andén para ir a casa, pregunté por la taquilla del Metrocable. Me dijeron que no había tal, que es gratis. Y dije para dentro de mi "pero esta gente al fin está entendiendo el asunto", lástima que cuando pedí la aclaración "¿gratis, gratis?" el funcionario respondió "mientras ponen los torniquetes", lo cual demuestra el bajo conteo seminal que esconden ciertas decisiones. Ahí me dije, no vale, esto hay que ponerlo en negro, porque cómo puede ser que todavía nadie se haya dado cuenta de que el metro y, si me apuran, todo el transporte público, debe y puede ser gratis. Y no para congraciarse con el electorado, sino porque así sería mejor y más eficiente.

Digamos, sólo el metro. Según un comunicado de CAMETRO (http://www.aporrea.org/actualidad/n128121.html), los trenes transportan 1.200.000 pasajeros al día, tanto como 1.080.000 bolívares, calculados a razón de dos pasajes por persona. Esos ingresos pueden provenir de la venta de boletos, como se hace ahora, pero ese método tiene muchos inconvenientes y costos: la basura que supone casi dos millones y medio de tickets, salarios para el personal que vende, mantenimiento de las máquinas expendedoras y de los torniquetes, actualización tecnológica y, sobre todo, pérdida de tiempo de la gente haciendo cola. Pero hay otras formas de reunir esa plata; por ejemplo, un impuesto a la venta de bebidas alcohólicas o un impuesto a las transacciones bancariasm, ambas técnicamente factibles. Para empezar porque a fin de cuentas los ingresos del metro pertenecen a su propietario último, que es el Estado, así que poco importa si su manutención se sustenta en el pago directo de los usuarios, o de una asignación emitida por las arcas de Finanzas. Además, porque cualquiera de estas tasas se recabaría de manera informatizada, con tan sólo una sencilla programación de las cajas registradoras de todo expendio, lo que se ha hecho ya varias veces, como cuando se ha cambiado el IVA. Finalmente, por razones políticas. Los venezolanos consumimos ingentes cantidades de alcohol, pero no todos tomamos del mismo. Hay mucha gente que toma anís o caña clara, lo más barato que hay. Pero también somos el mayor consumidor de whisky per capita del mundo; y no sólo de cualquier whisky, sino del más costoso, ése que con su jerga repelente los mercaderes llaman super premium. Un litro de whisky debe valer como 20 veces más que uno de Carta Roja, así que sea cual sea el porcentaje de impuesto que se estime, los consumidores de whisky aportarán a las arcas del metro 20 veces más que el de Carta Roja. Razones parecidas se pueden aplicar a un impuesto a las transacciones bancarias.

Esto es lo que llaman un subsidio directo, me parece, y se inspira en el principio de que quien más tiene, que aporte más. La realidad exige acciones a la medida de los problemas, y que conste, ni siquiera he tocado las ventajas políticas que se sacarían de una decisión como ésta: considera, lector, el saldo de mostrar al mundo que en Venezuela el transporte es gratis. Cuando menos Michael Moore gozaría un puyero grabando un documental al respecto.

Me resulta tan eficaz y radical esta solución que me he visto obligado a pensar que la única razón por la que no se ha implantado es porque nuestros ministros, gerentes y planificadores, no se atreven o no la ven. Y yo en el centro de mí, despierto y me digo a mi mismo que si no se tiene el poder para hacer algo tan sencillo, qué puede decirse de ambiciones sustanciales como mudar la capital a Calabozo o impulsar zonas especiales de desarrollo. Pareciera así que nuestra gestión pública tiene los mejores deseos, pero, visto el bajo conteo seminal de su acción real, sólo cabe decir, como dicen en el Guárico, deseo no empreña.

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