Como se dice: ¡Demonio!, en la creencia, tal vez fundada, de que es posible expulsarlo del centro del pecho con el aire viciado de la voz, mientras se hace trizas al juntar y separar la lengua del espacio en que coinciden los dientes con el borde inferior del paladar, y luego los labios entre sí y finalmente uniendo la lengua suavemente al techo de la boca, o a sus lados, según sea el acento o entonación especial que quiera darse a la palabra. A veces la articulación se acompaña de cierto temblor, de cierto timbre metálico, cansino, apagado; o indignado, de acuerdo con el temperamento del demonio a desterrar. A veces este ser, a quien la imaginación supone dedos temblorosos, y escasa carne nudosa y tendones, incrusta sus uñas en los pulmones, se aferra al corazón, al estómago, y entonces hace falta alargar el sonido de las vocales o elevar el tono hasta sentir como en su salida desgarra la garganta y deja en el interior un cierto aturdimiento, una leve náusea.
Pero no siempre tiene el hombre que habérselas con estos seres de estampa gótica. A veces el demonio de que hablamos es tierno y digno de lástima, como esos pintores mudos sin brazos ni pies, que sostienen su pincel con los labios para escribir mensajes urgentes, y junto a quienes los transeúntes se detienen y pasan la vista por encima del lienzo y aprueban la pintura sin apenas entrever algún sentido en ella. Luego los lisiados, sentados en sus sillas de plástico, al acabar la tarde gesticulan frenéticos porque anochece. Nadie ya los ve ni se detiene y se desgarran también la garganta, pero de ella sólo salen sonidos guturales, que al pasante pudieran recordar un orgasmo de caracoles o de topos.
Por lo general se trata de demonios solitarios; pero a veces ocurre que poseen una corte de diablillos amaestrados, amarrados con cadenitas de plata – dos o tres a lo sumo – que suelen tener un temperamento jovial, se hacen guiños, rodean a su amo, entrelazan sus cadenas y se tocan entre sí mientras hablan en chillidos, mostrando los dientes. O puede que el demonio se extravíe entre noches de fiesta y de luto. Se suceden sus delirios de forma tal que podría tratarse más bien de dos demonios gemelos que bailan ebrios hasta el desmayo. Tal arrebato, que suele llamarse despecho, hace del hombre un astro errante, lo hunde en sí mismo, arde en él una piel de lava, le aplasta el corazón, y así en su seno forma un inmenso hueco donde toda forma de vida se diluye, se asfixia.
La salida del demonio en estos casos depende de un acto elemental: la simple fusión con ella, un corte preciso que le ampute al ser los maridos y las mujeres, los ornamentos vacíos, los apéndices, y luego cauterizar la herida o acaso dejar que se infecte y descostrarla cada vez que seque, cubriéndola con sábila.
Demonio
20:47
Etiquetas:
cuento
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